Viaje a Brasil: Salvador de Bahía, Morro de Sao Paulo y más

Cuando decidí dejar mi vida en España para venir a la Argentina, uno de los principales objetivos era el de viajar por Latinoamérica, especialmente por Bolivia y Perú. Sin embargo, no sabía bien cómo se irían dando las cosas, tampoco estaba segura cuánto tiempo seguiría trabajando para la empresa de España y si sería viable vivir viajando y trabajando al mismo tiempo. Un viaje a Brasil era algo que pensábamos hacer pero no teníamos claro. Todos eran sueños en el aire. Y ahora que el año va llegando a su fin, puedo decir que fueron sueños cumplidos.

El verano argentino llegaba a su fin y por alguna razón climática que no recuerdo, mi cómplice en esta vida y yo decidimos dejar el viaje a Perú para más adelante. Entonces planeamos un viaje en coche a Santiago de Chile, pasando por Pehuajó (sí, por mi manía de conocer el pueblo que da origen a la canción), paseando por Mendoza y cruzando Los Andes. Durante el fin de semana viajaríamos, llegaríamos a Mendoza donde trabajaríamos una semana y luego viajaríamos a Santiago de Chile donde también trabajaríamos otra semana, conociendo el lugar por las tardes, para finalmente tomar una semana de vacaciones en el trabajo y conocer los alrededores de Santiago. Pero nunca llegamos a hacer este viaje. Otro viaje nos tentaría…

Cuando a una le gusta viajar, suele terminar rodeándose de amigos viajeros sin querer y eso es lo que me ha pasado a mí toda la vida. Quizás por eso tengo amigos desparramados por el mundo, viviendo «de paso» en distintos países y empapándose de su mundo y de sus gentes como pueden. El caso es que unos de nuestros amigos viajeros nos escribieron un mes antes de que empezara nuestro viaje a Chile diciéndonos que estaban planeando un viaje a Brasil y tentándonos a ir. Yo nunca había estado en Brasil a pesar de que soñaba despierta con pasearme por sus playas paradisíacas y bailar una samba en la playa bebiendo agua de coco o un daikiri de durazno. Pero David, mi novio entonces y actualmente mi marido, sí había estado (concretamente en Camboriú) y se había enamorado de Brasil hasta los huesos. Así que éramos presa fácil de pescar. Nos convencimos de ir en cuanto googleamos uno de los nombres que mencionaban en el grupo de whatsapp Brasil 2014: Morro de Sao Paulo, una isla del Archipiélago de Cairu.

Así fue como de repente Brasil estaba en nuestros planes a corto plazo. En menos de una semana compramos los pasajes de avión a Sao Paulo donde nos reuniríamos con la mayoría del equipo de Brasil 2014 formado casi de manera espontánea. De ahí viajaríamos a Salvador de Bahía para tener cerca Morro de Sao Paulo. Y luego de tres días, nos iríamos a Rio de Janeiro por cinco o seis días. Desde allí, algunos partían de regreso a Buenos Aires, otros a Sao Paulo donde estaban trabajando, una a Inglaterra, otra a Holanda y nosotros dos nos íbamos a España a trabajar un mes, que resultó en tres pero esa es otra historia.

@rominitaviajera y David en Pelouriño, Salvador de Bahía, Brasil, 2014 | rominitaviajera.com
@rominitaviajera y David en Pelouriño, Salvador de Bahía, Brasil, 2014 | rominitaviajera.com


Viaje a Brasil – Parte I

Llegamos a Sao Paulo de noche, atravesamos la ciudad en taxi, observando las colas interminables de coches por todos lados y a pesar de que nos habían advertido, creo que nos hicimos una idea de cuán grande y lleno de gente y de autos está la capital brasileña hasta que lo vimos. La verdad es que no vimos nada de la ciudad salvo el recorrido de una hora en taxi para llegar al hostel Che Lagarto y otra media hora para llegar al bar donde nos reunimos con nuestros amigos, pero ambos supimos que jamás querríamos vivir allí. Es una ciudad «atascada» por sus coches.

Salvador de Bahía

A la mañana siguiente nos volvimos a encontrar con nuestros amigos en el aeropuerto para volar a Salvador de Bahía, al noreste de Brasil, donde habíamos alquilado una casa para pasar las tres primeras noches de nuestro viaje pero terminaríamos cambiando de planes siguiendo los consejos de una argentina del hostel Che Lagarto de esta ciudad. Ni bien pisamos Salvador nos dimos cuenta que la ciudad tenía poco que ofrecer si queríamos playas paradisíacas, dar un paseo por la noche o salir a tomar algo. Pero pudimos apreciar la playa más cercana a nuestro departamento y un precioso faro que me recordó a Galicia.

Faro de Salvador de Bahía, Brasil, 2014

A penas terminamos el recorrido por la costanera y comimos en un bar (donde me tomé mi primer jugo tropical en Brasil) se hizo de noche. Sí, se hizo de noche a las cinco de la tarde a principios de abril. Son sus horarios pero no lo sabíamos o no nos quisimos enterar. La cuestión es que al parecer, la capital de Bahía, es una ciudad algo insegura cuando oscurece y la policía turística no te aconseja (casi te prohíbe) que te muevas por ciertas zonas.

Visto lo visto, ni hablar de ir al Pelourinho como nosotros queríamos. Una mujer policía nos dijo literalmente que a estas horas lo único que podíamos hacer era ir a casa. No le hicimos mucho caso en esto pero sí en lo de no ir al barrio colonial. Así que la otra opción fue ir en busca de otro bar costero donde beber algo y prepararnos para algo así como una cena temprana, casi dos horas después de haber comido. Bebimos unos tragos en la terraza del hostel Che Lagarto y ahí fue donde nos enteramos que no disfrutaríamos nada si íbamos a Morro de Sao Paulo solo por un día ya que nos costaba tres horas llegar y tres horas volver. Así que decidimos irnos dos días.

Salimos para Morro de Sao Paulo, bien temprano en la mañana. La travesía duraba tres horas aproximadamente y atravesaba tres etapas: la primera es en lancha y atraviesa la Bahía de Todos los Santos para llegar a la Isla Itaparica; la segunda es un recorrido en bus por zonas de selva y pequeñas casitas a lo lejos, y llega a Valenca desde donde arranca la tercera etapa que es otra vez por agua: primero se cruza un río en un bote y luego el mar en un catamarán que arriba a Morro de Sao Paulo. Lo curioso es que a pesar de que así contado parece mucho, no se hace pesado porque el paisaje que rodea el trajín es paradisíaco y la gente muy amable y simpática. Además, por lo que sé, es la forma más económica de ir a Morro de Sao Paulo.

Muellecito de Itaparica, Bahía, Brasil 2014.

Morro de Sao Paulo 

Día 1
La llegada a Morro de Sao Paulo fue un momento especial: hacía mucho calor, llovía, los carretilleros iban y venían por una rampa de piedra con bolsos, mochilas y maletas, los turistas los seguían, mojados, cansados, pero también ilusionados, se oían gritos de saludos y de ofrecimientos de ayuda por todos lados. Y ahí estábamos nosotros con nuestras mochilas, sonriendo, dispuestos a disfrutar de dos días maravillosos en una isla tropical.
Arco de entrada a Morro de Sao Paulo, Bahía, Brasil, 2014

Al llegar a la isla, dejamos las cosas en el hostel y callejeamos un poco por el pueblo, por caminos húmedos, rodeados de árboles muy verdes, casas de colores, kioskos, cafés y bares improvisados.

Calle céntrica en Morro de Sao Paulo, Bahía, Brasil, 2014
Poesía en el acceso a la Primera Playa, Morro de Sao Paulo, Brasil, 2014
No había un plan definido, simplemente estábamos explorando el lugar y tratando de conocer la isla. Así que después del paseo, nos fuimos a ver las playas Primera, Segunda, Tercera y Cuarta, pero no teníamos ni idea de lo que nos íbamos a encontrar ni de las sorpresas que nos tenía preparada la Naturaleza.
Primera Playa, Morro de Sao Paulo, Brasil, 2014

Después de bañarnos en las aguas cristalinas de la Segunda Playa de Morro, nos dirigimos por un camino de madera hacia la tercera playa. La atravesamos con entusiasmo, compramos algunas artesanías y seguimos de largo con la idea de llegar a la Cuarta Playa.

Segunda Playa, Morro de Sao Paulo, Brasil 2014
Emprendimos la excursión algo mojados, con las toallas al hombro, cruzando por charcos de agua y esquivando matorrales y árboles. Pero en un momento dado nos dimos cuenta que el agua nos había borrado el camino. Ya no se podía seguir. La marea estaba muy alta. Miramos hacia atrás para volver y tampoco había ya camino. La única opción parecía meternos a nadar pero teníamos cámaras de fotos, billeteras y ropa seca.
Parte de la Tercera Playa, Morro de Sao Paulo, Brasil 2014
De haber sabido que la marea subía tanto, a lo mejor no nos hubiéramos atrevido a ir o nos hubiéramos equipado de otra manera, pero ahí estábamos, varados entre dos playas, con una hermosa vegetación delante impidiéndonos el paso y sin saber qué hacer. Eso hasta que se nos ocurrió algo: colarnos en un Hotel Resort saltando la pequeña tranca de madera y preguntar por un camino alternativo o esperar que baje la marea. Entramos y enseguida se percataron de nuestra presencia. No había camino interno salvo para los clientes del hotel y nosotros no lo éramos, claramente. La única opción que nos dieron fue quedarnos en el hotel hasta que baje la marea pero consumiendo algo. Así que eso hicimos…tirarnos panza arriba como ricos a comer y beber en un Resort de Brasil, en una isla tropical paradisíaca. No se estaba mal, la verdad.
Hotel Resort en Morro de Sao Paulo, Brasil, 2014

Cuando la marea bajó, continuamos viaje hacia la Cuarta Playa. Resultó ser una playa prácticamente virgen, muy lejos de parecerse a las tres primeras playas con sus bares, redes de voley, artesanos, música y gente bailando o jugando al fútbol. La Cuarta playa no contaba con nada de esto. Simplemente tenía una enorme extensión de arena, palmeras y árboles. Justo lo que estábamos deseando. Estuvimos un rato largo jugando con la cámara, posando, haciendo monerías y curioseando los cocos. Por cierto, no me gustó el agua de coco que bebí ese día. No tiene nada que ver con el agua de coco que bebí en Malindi (Kenia, África) hace dos años que me pareció dulce y sabrosa.

Pretendíamos llegar a la Quinta y última playa de la isla antes del atardecer y volver por la carretera interna de la selva, pero ya no quedaba mucho tiempo así que tuvimos que apurar el paso. Al llegar al final de la extensa Cuarta Playa, un hombre nos hizo saber que la ruta interna no era para turistas. «Muy peligroso, muy peligroso, les pueden robar». Al parecer era una ruta oscura y sin señalizar. Así que no nos quedaba otra opción que volver por la desolada playa y desandar todo el camino hecho durante el día a través de las cuatro playas. Pero no resultaría fácil.
Cuarta Playa, Morro de Sao Paulo, Brasil, 2014

La noche cayó casi de golpe y por más que apretábamos el paso no llegábamos a la Segunda Playa antes de que mis ojos miopes no me dejaran ver nada. Pero todo estaba en orden, el paisaje del atardecer en el mar era hermoso y lo estaba disfrutando de maravilla, hasta que de repente ocurrió algo inesperado; miles y miles de cangrejos empezaron a salir de sus escondites para dirigirse al mar. No sabía por donde pisar. Temía pisarlos. Intentaba esquivarlos y avanzar rápido pero algunos se me acercaban con su pinza gigante como queriendo defenderse de mi pisada y yo no podía evitar gritar aterrorizada (no exagero, me puedo tirar de una avioneta y no tengo miedo pero los animales de muchas patas me dan escalofríos). Fue un momento surrealista. Los que no tenían miedo agarraron la mano de los que teníamos miedo y nos ayudaron a cruzar esa familia de cangrejos enormes.

La recompensa a semejante hazaña fueron unos caipirinhas en un bar de la Segunda Playa, con música chillout de fondo, los pies en la arena y una sensación de haber pasado un día genial.
Mojito en el Bar Buda Beach, Morro de Sao Paulo, Brasil, 2014

Día 2

Nos despertamos bien temprano, después de una noche de mucho calor en la que algunos creímos que moríamos. Éramos siete en una habitación de dos por dos, sin espacio para caminar entre las cuchetas y sin aire acondicionado. Nos habíamos ido a dormir a las diez y media de la noche, después de beber muchos caipirihas en la playa y de deambular por la calle principal de la isla, saludando a los paseantes.
Al ir a desayunar nos dimos cuenta que los turistas habían ido a una mega fiesta en un barco y aún estaban despiertos, algo borrachos, en la misma panadería/bar que nosotros que estábamos frescos como una lechuga dispuestos a embarcarnos en las aguas cristalinas de la isla y recorrer otras islas del archipiélago.
La aventura en lancha rodeando Morro de Sao Paulo y más allá fue alucinante: viajamos mirando al horizonte, con los pelos al viento, dejándonos broncear por el sol brasilero y admirando la belleza del mar en todo su esplendor. Abril es temporada baja en la isla así que estábamos nosotros solos en la lancha y el Capitán se puso a nuestra disposición, acelerando para llegar antes a las paradas de la excursión y permitiéndonos disfrutar del lugar solos, sin el bullicio de los turistas y con toda la tranquilidad del mundo.

 

Bar en medio del mar, Morro de Sao Paulo, Brasil, 2014

Paramos cerca de un bar en forma de barco. El paisaje era increíble. Solo había mar, arena y un bote a nuestro alrededor. Buceamos un rato con snorkel y yo fui feliz. Me encanta estar bajo el agua con los peces y sentir que soy una más. Siempre estuve enamorada del mar y cuando puedo sumergirme en un mar de aguas cristalinas que me deja ver las maravillas de sus fondos, no puedo más que agradecer el momento y a la Naturaleza por ser tan bella. Vimos corales, peces de colores azules, amarillos, naranjas, gusanos de mar, y otros tantos habitantes bajo el fondo del mar.

Por un momento, abandoné al grupo y me puse a flotar mirando el cielo, sintiendo la frescura del agua en mi cuerpo, jugando a adivinar formas en las nubes. ¡Qué paz! ¡Qué belleza! ¡Qué felicidad!
Vistas de la Quinta Playa, Morro de Sao Paulo, Brasil, 2014

A mediodía fuimos a la Ilha de Boipeba, una isla hermosa llena de medanos, palmeras y bosques. Comimos en un restaurante turístico enmarcado por un paisaje de ensueño. La verdad es que acostumbrada a otros viajes de mochilera en los que la comodidad y el placer de comer frente a semejante belleza de la naturaleza, no suele estar incluido, me sentía rara, como si fuera un lujo que no me podía permitir. Pero al cabo de un rato, aparté mis pensamientos y disfruté de las vistas que escapaban más allá de mis ojos. El lugar era realmente un paraíso en la Tierra.

Vistas desde el restaurante, Isla Boipeba, Brasil, 2014

Por la tarde partimos hacia aguas de río. Entrar al río desde el mar es algo que nunca había experimentado y fue una sensación curiosa. El Capitán nos contó que a veces cuesta mucho y no pueden acceder. Nos llevó a ver los cultivos de ostras, a saludar a Celia, una simpática brasilera que estaba preparando la comida a base de este molusco. Algunos de los chicos se tiraron al río y casi los lleva la corriente. Yo preferí quedarme en tierra firme, o mejor dicho, sobre las tablas de aquel bar de madera plantado en las aguas del río.

Navegando por aguas de río, Boipeba, Brasil, 2014
Cultivo de ostras en Isla Boipeba, Bahía, Brasil, 2014
Cuenco de Ostras, Boipeba, Brasil, 2014

Después de ver las ostras, fuimos en lancha al poblado Velha Boipeba, uno de los tres que tiene la isla. Era temprano para las visitas a la Iglesia Divino Espíritu Santo, creada en el siglo XVII, así que nos recomendaron recorrer el pueblo. Un niño se ofreció a guiarnos por el mismo y a explicarnos su historia. El pueblo estaba casi desértico. No se oía un alma. Solo encontramos abierta una heladería. Al parecer, era la hora de la comida. A eso de las dos y pico de la tarde, un señor nos abrió la Iglesia y pudimos conocerla. Resultó ser más rústica de lo que parecía por fuera.

La aldea Velha Boipeba resultó ser un sitio muy agradable, con casitas bajas y espacios verdes. Un pueblo pintoresco cuya tranquilidad solo es interrumpida por momentos por la risa de algún niño o las campanas de la Iglesia. Parece un pueblo perdido en el tiempo. Fue la última imagen que nos quedó del Archipiélago de Cairu, al que pertenecen las islas de Morro de Sao Paulo y Boipeba. De ahí partiríamos ya para el puerto de Morro para embarcarnos en el último catamarán rumbo al continente, donde haríamos el recorrido a la inversa del día anterior para regresar a la noche a Salvador de Bahía.
La experiencia en Morro de Sao Paulo nos demostró que a veces hay que saltarse los planes (aunque te cuesta una noche de hostel extra) y seguir los consejos de la gente local o de viajeros instalados como locales para disfrutar de los lugares como ellos lo hacen, o incluso aún más. De todas formas, me fui de Morro con más ganas de Morro pero sé que volveré algún día. Lo prometo.
Velha Boipeba, pueblo de Isla Boipeba, Brasil, 2014
Velha Boipeba, pueblo de Isla Boipeba, Brasil, 2014

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