Se aproximaban los cuatro días libres de Semana Santa y no teníamos plan. Hasta unos días atrás no sabíamos que estaríamos en España (estábamos viviendo en Argentina aquel año) así que nos agarró por sorpresa. Así que dije ¿Y si nos vamos a pasar la Semana Santa en Oporto? ¿Por qué no? Y allá que fuimos. Por eso quiero compartirte qué ver en Oporto en cuatro días.
Organizar un viaje en Semana Santa con poca antelación es complicado porque los precios aumentan al doble que en temporada baja, no solo de los hoteles sino también el de los transportes. Y entonces, ¿cómo nos vamos a Oporto? en coche de BlaBlaCar. Ya habíamos viajado varias veces en coche compartido mediante esta web a distintas partes de España. ¿Por qué no hacerlo para cruzar la frontera?
Contactamos a un grupo de universitarios que salían desde Madrid el jueves y volvían el domingo así que genial. ¿Y los hoteles? encontramos un Hostal barato y bien ubicado por Booking y no lo dudamos mucho. El hostal se llama “Duas Nacoes Guest House”. Perfecto. Reservado. “Oporto nos espera” dijimos. Y allá fuimos.
¿Qué ver en Oporto?
Llegar a una ciudad y no tener ni idea de qué hay de bueno ni por qué fuimos no es tan mal plan como puede parecer. Sabíamos que era un lugar con encanto y habíamos visto algunas fotos, pero ¿por dónde empezábamos a recorrerla? Hice lo que hacía años que no hacía: ir a la Oficina de Turismo local. Ahí nos dieron mapa y algunos datos. Todo cerca, perfecto. Podemos ir caminando.
Plaza de Lisboa
Estábamos muy cerquita de la Plaza de Lisboa donde vimos una cosa muy curiosa que nunca había visto yo: césped, plantas y pequeños árboles encima del tejado del edificio que está debajo. Es un proyecto arquitectónico muy interesante que incluye una especie de centro comercial con una preciosa zona verde en el techo.
Torre de los Clérigos
Muy cerca de allí, está la Torre de los Clérigos, la torre más alta de Portugal. Subimos para ver la ciudad de Oporto desde lo alto y las vistas no nos defraudaron.
Como habíamos llegado tarde a la ciudad, ese día no dio para mucho más, salvo para callejear por la ciudad y llevarnos los últimos rayitos de sol que iluminaban los cerámicos azules de algunos edificios históricos de la zona. Una preciosidad. Arte puro.
Estación de San Bento
Al otro día fuimos a visitar la Estación de San Bento, una reliquia histórica que merece muchísimo la pena. Entrar en esta estación de trenes es trasladarse al siglo IX.
Iglesia San Francisco
Visitamos la Iglesia de San Francisco y sus alrededores y por un momento me acordé de Gantes en Bélgica y de cuánto me gusta la piedra cuando oscurece con la humedad y el paso del tiempo, cómo me gusta ese aspecto lúgubre.
Las vistas desde la parte de atrás de la Iglesia San Francisco no tienen desperdicio: las casas construidas hacia arriba, con sus tendederos llenos de ropa colgando y sus tejados color ladrillo me resultaron de película.
Callejeando por la ciudad
Oporto estaba resultando ser una de las ciudades que más me han gustado de Europa. Incluso sus callejuelas oscuras y un poco decadentes me gustaron muchísimo. Y ni qué decir de la gente, de los desayunos y la comida. Nos lo estábamos pasando muy bien y el entorno era digno de ser retratado a cada instante.
Caminando, caminando, llegamos a la parte baja de la ciudad y buscamos un sitio para comer y luego seguimos nuestro camino hasta llegar a orillas del río. Ahí estaban preparando una especie de mercadillo donde compramos algunos recuerdos para la familia de España y Argentina.
Volvimos a ver las casas antiguas con la ropa tendida fuera, a las señoras asomadas por la ventana observando la gente pasar, mientras oíamos a las señoras del mercadillo anunciar a gritos sus productos con una gracia que nos robó una sonrisa.
La zona del río, con sus barcos antiguos, el puente, las vistas de las casitas que van trepando la ciudad con sus coloridas fachadas, me dejó enamorada. Quería quedarme un rato más y sentir la esencia de Oporto en el vaivén de los botes, de la gente, de la corriente del río…
Más tarde nos fuimos a dar una vuelta por los Jardines del Palacio de Cristal donde terminamos persiguiendo a un pavo real para admirar sus colores cuando por fin quiso enseñarlos.
Y volvimos al río al caer la tarde, a presenciar el atardecer, a tomarnos un café con leche caliente tapados por una manta en una terraza que a pesar del frío desprendía calidez. Nos quedamos ahí un buen rato admirando la belleza de la Oporto nocturna y creo que volví a enamorarme.
Al día siguiente, arrancamos bien temprano para desayunar debajo del hostal donde las enormes tostadas con café y zumo de naranja nos estaban llamando. Todo a la mitad de precio que en España. Una maravilla. Y eso que era Semana Santa. Y con las pilas puestas nos fuimos a callejear otra vez Oporto.
El Mercado de Bolhao
El Mercado de Bolhao con su aspecto un poco decadente, no nos dejó indiferentes. Nos daba la sensación de que la ciudad se mostraba tal cual era, como si el turismo le diera igual, como si el paso del tiempo le importara muy poco.
En la Zona de la ancha Avenida de los Aliados, por donde pasamos en varias ocasiones en esos días, la cosa cambiaba un poco. Ahí los bares eran un poco más de lujo y los precios te lo recordaban. Y es una zona bonita pero distinta, sin la magia de las zonas más antiguas, más descuidadas.
Palacio de la Bolsa
También el Palacio de la Bolsa nos pareció un edificio precioso pero después de ver el Mercado, la Iglesia de San Francisco, las casitas descuidadas o la Estación de San Bento ya no podía asociar a Oporto otra cosa. Así que ya no me impresionó tanto como a otros viajeros.
Si hubo algo que nos devolvió a la Oporto de siglos pasados fue el tranvía. Al llegar abajo, al río, ahí estaba, esperándonos. Nos subimos al tranvía de madera y nos dejamos llevar hasta el final del recorrido.
Queríamos ver el mar y ahí estaba. Pero no contentos con ver mar quisimos ver playa así que caminamos por la costa hasta llegar a la arena, que a pesar del frío de principios de primavera, nos hizo sentir un poquito en verano.
Parque de la ciudad
Seguimos caminando y nos encontramos con un centro comercial en plena costa, casi como salido de la nada, aislado totalmente, pero tenía comida y eso nos estaba haciendo falta ya. Después de comer, nos metimos en el Parque Da Cidade o Parque de la ciudad, un lugar precioso que tuvimos para nosotros solos durante un buen rato.
Estábamos lejos pero decidimos volver a la ciudad andando hasta que nos dimos cuenta que estábamos agotados y con los pies hechos polvo así que quisimos tomarnos un bus que esperamos casi una hora y nunca pasó. Al final nos tuvimos que tomar un taxi. Estábamos muy lejos. Al regresar a la ciudad pasamos por una plaza que no puedo recordar su nombre ni localizar en el mapa pero que me encantó.
Por la noche cenamos cerca del hostal en un bar un poco cutre pero económico y con una Francesinha fantástica (pan con carne cubierto de salsa picante y queso gratinado). Excelente. Estábamos tan llenos que queríamos irnos a dormir pero al volver a casa caminando nos cruzamos con gente bailando en la acera. Algunos con sus copas en a la mano. Y a mí me entraron ganas de bailar. ¿Y por qué no? me dije, y me puse a bailar nomás.
Librería de Harry Potter
Al día siguiente teníamos poco tiempo porque era el día de regreso a Madrid, así que mucho no hicimos. Y no recuerdo si fue este día o el anterior o quizás el primero, que nos acercamos a la Librería Lello e Irmao, un emblema de la ciudad. Aparece en alguna película de Harry Potter así que ya pueden imaginar qué aspecto tiene. No pudimos hacer fotos porque estaba prohibido pero de verdad que es un escenario de cuentos.
Y ese fue nuestro paso por Oporto en Portugal, una de las ciudades que más me han gustado de Europa, una ciudad que desprende un encanto especial, una sensación que me cuesta describir con palabras. ¿Magia tal vez?
¿Y ustedes? ¿Han estado en Oporto? ¿Planean ir la próxima Semana Santa? Te leo en comentarios.
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