Cuando entramos en Bolivia, por Villazón desde La Quiaca, caminando con nuestras mochilas a cuestas, lo hicimos con ilusión y con incertidumbre a la vez: ¿qué nos esperaría en el país vecino a nuestra tierra natal? ¿Cómo sería la gente? ¿La comida? ¿El transporte? ¿Los alojamientos? No teníamos nada reservado, solo llevábamos con nosotros unos cuántos papeles con itinerarios sugeridos por algunas empresas turísticas y unas ganas terribles de conocer el Salar del Uyuni.
En un artículo anterior comentaba cómo fue la sensación de atravesar la frontera de Argentina a Bolivia y cómo esa sensación se mantuvo varios días a lo largo del viaje. Al poco de cruzar, buscamos la estación de buses pero antes teníamos que cambiar los pesos argentinos por pesos bolivianos, tarea poco fácil a esas horas tan tempranas y con una situación económica en Argentina poco favorable a comprar divisas extranjeras. Esperamos un buen rato a que abriera una agencia que nunca abrió, caminamos siguiendo la intuición de un profesor porteño que tenía su familia trabajando en La Paz y hacia allá se dirigía, y así llegamos a una agencia donde nos hicieron un pésimo cambio que nos permitió empezar a movernos por Bolivia.
El profesor nos acompañó en nuestra caminata de diez minutos hacia la estación de buses de Villazón mientras nos contaba que iba a visitar a su hijo que vivía desde hace algunos años en La Paz, después de haber vivido en Inglaterra. Curioso cambio, pensamos David y yo. Nosotros le contamos nuestra historia y nuestro deseo de llegar a Cuzco y subir al Machupichu después de ver el Salar del Uyuni en Bolivia. Entre tanto, compramos los pasajes de bus hacia Uyuni a una de las chicas que los ofrecía a gritos en la puerta de la estación. Estábamos cansados y con frío así que buscamos un remanso al sol y ahí nos volvimos a encontrar con el profesor de Universidad que nos recomendó distintas comidas a probar en La Paz como el Chairo, con chuño que es papa deshidratada.
Casi una hora más tarde, apareció nuestro bus, aquel que nos llevaría hasta Uyuni por tierras desconocidas hasta el momento. Algunos de los pasajeros eran locales pero había un grupo de extranjeros viajeros como nosotros: un vasco, una francesa, un chino y un coreano, que terminarían convirtiéndose en nuestros compañeros de viaje durante los próximos cuatro días.
El viaje en bus desde Villazón a Uyuni fue una tortura para nuestros ojos por el polvo que entraba por todos los agujeros posibles, para la cabeza por el vaivén ocasionado por los pozos y piedras de la ruta desértica y para los oídos por todos los ruidos que hacía ese bus que estoy segura que tenía los amortiguadores un poco viejos. Si se sufre de dolores de espalda tampoco es recomendable esta ruta en bus porque los golpes que recibe la cintura y las cervicales se sienten mucho. A lo mejor yendo por la ruta nacional 14 hasta Potosí se evitan esta situación pero a lo mejor en Potosí hay que cambiar de buses y puede que todo lleve más de 12 horas. Es un tema que tengo que investigar…
Al día siguiente, debíamos estar en la agencia con nuestras mochilas, dispuestos a pasar horas en nuestras camionetas 4×4 para visitar el Cementerio de Trenes, recorrer el Salar del Uyuni con sus más de 10 mil Km cuadrados, dormir en un Hotel de Sal, caminar por la Isla del Pescado, ver el Volcán Ollague, visitar la Laguna Hedionda, el Valle de la Luna, el Árbol de piedra, la Laguna Colorada y sus flamencos, dormir en medio del desierto muertos de frío, recibir el calor de los Géiseres y bañarnos en las Aguas termales del Volcán Licancabur, ver la Laguna verde congelada y regresar a Uyuni. Una excursión de cuatro días que contaré en los próximos artículos de «Mi propio viaje por Latinoamérica«.
Finalmente, después de casi diez horas llegamos a Uyuni, el pueblo que sería nuestro punto de partida para el viaje de cuatro días que estábamos por hacer. Con nuestros nuevos amigos de distintas partes del mundo, buscamos un hostel barato, pero con agua caliente y wifi para contactar a nuestras familias. Dejamos nuestras cosas en los cuartos, y nos fuimos a recorrer el pueblo, en busca de una agencia que nos llevara al día siguiente y durante 4 días a recorrer el Salar del Uyuni en 4×4. Contratamos una agencia recomendada por japoneses (ellos siempre eligen lo mejor) y nos fuimos a cenar a una taberna local donde probamos unas sopas típicas para entrar en calor. Y así nos preparamos para lo que nos esperaba…
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