Los sueños están para cumplirse. Al menos esa es mi filosofía de vida. Y el sueño de mi mamá era conocer Viena y todo lo relacionado a Sissi, Emperatriz. ¿Y el de mi papá? Ver el Danubio. Así que allá nos fuimos los tres: rumbo a la capital de Austria.
Viena me sorprendió por su elegancia, su arquitectura perfecta y simétrica, su historia viviente. Pasear por la ciudad fue como trasladarse al tiempo de los miriñaques y los peinados pomposos, para oír de cuando en cuando el “Danubio azul” de Johann Strauss.
Relato del viaje a Viena de 3 días
Llegamos el viernes por la mañana a Viena con la ilusión que caracteriza a los niños y preparados para callejear y patear muchos kilómetros. Nos alojamos a unos 15 minutos andando del “Rathaus” (el Ayuntamiento), así que de camino al apartamento ya fuimos saboreando la arquitectura vienesa.
Una vez instalados en el apartamento, iniciamos la caminata hacia la avenida de los museos, pasando nuevamente por el “Rathaus” que en esos momentos estaba siendo protagonista de una celebración y tenía una pantalla gigante instalada en su parte trasera.
De ahí, continuamos hacia el Parlamento, cuya plaza nos recordó a Roma, con sus hermosas estatuas en blanco y sus escalinatas imponentes y la bandera de Austria flameando al viento.
Pasito a pasito llegamos al Palacio Hofburg, antigua residencia de la Emperatriz Sissi y de la mayor parte de la dinastía de los Habsburgo durante más de 600 años. Es además, donde se encuentra el museo de Sissi que visitaríamos el domingo.
Como la visita a las habitaciones del Hofburg y al museo de Sissi cierra a las 17.30 y era esa hora, nos adentramos en la capilla del palacio donde coincidimos con un concierto de niños que entonaba el “Ave Maria” de una manera celestial.
Seguimos nuestro camino por todos los rincones que rodean al Hofburg, apreciando semejante belleza arquitectónica, hasta llegar a la Biblioteca Nacional de Austria que también visitaríamos el último día.
La siguiente parada en nuestra caminata fueron el Hotel Sacher y el Café Sacher, famosos por la tarta Sacher, la tarta de chocolate vienesa que degustamos en otros cafés más baratos por la zona, después de darle la vuelta al edificio de la Ópera, uno de los más bonitos de la ciudad, para mi gusto.
Al día siguiente, nos levantamos bien temprano y nos fuimos en una combinación de metro y tranvía, a visitar el Palacio Schonnbrunn, residencia de verano de la familia imperial austriaca. Creo que “sublime” es la palabra que mejor lo describe. Es impresionante. Su ubicación privilegiada hace que sea fácil contemplarlo desde distintos ángulos y sin duda, la mejor vista se aprecia desde la “Gloriette”, adonde mamá insistió que subiéramos.
Recorrer el Palacio Schonnbrunn por dentro nos llevó casi tres horas y nos dejó agotados pero aún quedaba mucho por ver: los jardines imperiales, las ruinas romanas y la fuente del obelisco en rincón de los jardines públicos, la Gloriette y las vistas de la ciudad de Viena desde allí arriba. Todo majestuoso. Mamá estaba feliz.
Para recuperar fuerzas, comimos en la cafetería a la entrada del Zoo, en el mismo complejo del Schonnbrunn, al aire libre, rodeados de colores bonitos, de amabilidad y buen ambiente.
Por la tarde, nuestros planes se encontraban lejos del centro: nos fuimos hasta Hundertwasserhaus, un complejo residencial con casas de colores y formas curiosas, pintadas por Friedensreich Hundertwasser. Hay una galería donde comprar detalles pero cierra antes de las 19.30 hs y nosotros llegamos justo cuando habían cerrado.
Desde Hundertwasser caminamos hasta Prater, el parque de atracciones más antiguo del mundo, donde se puede apreciar la vieja y gigante noria o vuelta al mundo, y un carroussel del siglo XIX, junto a otros juegos más modernos.
Al día siguiente, volvimos al Hofburg, esta vez sí para recorrerlo por dentro y descubrir los salones de negocios, las habitaciones privadas del Emperador Francisco José y de la Emperatriz Elizabeth, las salas de baile, de banquetes, etc. Una visita muy interesante, tanto como la del Schonnbrunn.
Después de un paseo por los jardines de alrededor, donde aprovechamos a comer nuestros bocadillos, nos fuimos para la famosa Stephenplatz, que llena de locales y turistas, nos recibió muy animada.
Al final de la famosa plaza, nos encontramos con la Catedral San Esteban, preciosa por sus detalles de cerámicos de color y ese tono cobrizo con pequeñas manchas negras de sus piedras.
Estando tan cerca del “pequeño Danubio”, del canal, quisimos ir a verlo así que callejeando nos fuimos hasta allí pero las vistas del canal no merecen mucho la pena así que casi sin dudarlo nos metimos al metro y en cuatro o cinco paradas estábamos en la isla del Danubio, apreciando el ancho río y sus orillas verdes. Papá estaba feliz.
Después de la aventura en el Danubio, volvimos al centro y nos adentramos entre sus callejuelas para visitar la Biblioteca Nacional, que me dejó deslumbrada por su antigüedad. Toda en madera y con los libros ordenados en sus estanterías numeradas y los frescos en el techo me impresionaron tanto que me quedé boquiabierta un buen rato.
Terminamos la tarde merendando más tartas riquísimas en una pastelería del centro, antes de continuar camino a casa para descansar y volver a salir a la noche vienesa para admirar algunos de sus edificios iluminados y quedarnos embelesados por el más impresionante: el de la Ópera.
Y así nos despedimos de Viena, después de tres días de un viaje que sin duda dejó el listón muy alto y que sube a Viena a la categoría de ciudades europeas que más me gustan por su encanto como de cuento. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Me parece muy adecuado pasar 3 días en Viena. Es una ciudad que ofrece mucho y ofrece también muchas posibilidades de todo. Hay tanto por ver que la verdad es que menos de 3 días no sería suficiente para ver lo más básico y un poco más.
Una entrada muy interesante.
Y si puedo dar un consejito, una hora de Viena se encuentra la ciudad de Bratislava, que es la capital de Eslovaquia, también merece la pena ser visitada por lo menos pasando unas horas 🙂
¡Gracias por los consejitos! Yo volé a Bratislava para ir a Viena esos 3 días y la verdad es que me quedé con ganas de conocer la ciudad de Bratislava. A ver si nos animamos en otro viaje…