NOTA: Este es el último artículo de Budapest en dos días y es su III parte. Si quieres leer los anteriores artículos de este viaje los puedes encontrar aquí y aquí.
Después de ver la Ópera, regresamos caminando por la Avenida Andrassy hasta llegar al Boulevar Karoly donde se encuentra el departamento en el que nos hospedamos.
Una siesta de casi dos horas resultó reparadora. La mayoría de las chicas están listas para volver a salir y seguir disfrutando de esta ciudad húngara. Yo no me encuentro bien y noto media pila respecto al resto. Empiezo a plantearme la pequeña diferencia de edad que nos separa, pero en seguida lo descarto. Uno es tan joven como se sienta por dentro, más allá de la edad del documento.
En fin, es sábado por la noche y nos vamos al Morrisson 2, otro boliche (discoteca) que nos recomendaron. Vamos en dos taxis y nos cobran más de lo que nos costaría en España. Nos sentimos timadas porque en esta ciudad todo es muy barato. Yo me conformo con decirle al taxista que nos está timando y que no es buena persona pero no me hace ni caso. Así que le damos el dinero y nos cruzamos al Morrison.
Se paga la entrada pero no te dan consumición así que protestamos pero nos dicen burlándose: “pagan por estar dentro, ¿qué más quieren?”. La forma de hablar de los húngaros lleva todo el día pareciéndonos áspera y poco amable pero estamos de fiesta así que sonreímos y entramos.
La verdad es que el edificio del Morrison me gusta. Es interesante ver cómo convierten un lugar medio ruinoso en un lugar bailable. Por momentos tengo la sensación de estar en una fiesta improvisada en el patio de un conventillo (esos edificios del estilo del Chavo del Ocho). Y eso me gusta. Pero no me gusta mucho la gente que hay. Hay un grupo de 3 o 4 chicos que llevan un “mostacho” que les queda ridículo pero parece que presumen de él.
La noche avanza. Bailamos. Nos reímos. Dos nos subimos a la tarima para bailar y las demás se ríen. Yo bailo con vergüenza pero me hace gracia estar ahí arriba como si fuera una adolescente. De repente, me doy cuenta que el sitio está lleno de adolescentes o chicos que a penas han cumplido los 18 o 19. Me da incomodidad. Y los de mi edad tienen cara de babosos. Bajamos. La gente se empieza a pegar demasiado, te miran con ojos de babosos y se meten a bailar en nuestra ronda de chicas apartando a alguna fuera. No nos gusta nada. Vamos un rato al patio, bailamos algo más pero nos terminamos por pirar pronto a casa.
Domingo de relax
Nos levantamos temprano para ir a la Sinagoga, la más grande de Europa. Es preciosa pero en unos minutos terminamos de verla y nos vamos en frente a desayunar.
Como veníamos notando, la gente de Budapest no parece muy receptiva al turismo, de hecho, resultan un poco ariscos. Esta mañana comprobamos que la mayoría es así. En la primera cafetería que nos sentamos, al intentar hacerle una pregunta a la camarera nos grita “un momento” al tiempo que nos mira con desprecio. Así que inmediatamente nos levantamos enfadadas y nos vamos a la cafetería de al lado donde por suerte recibimos mejor trato.
Para relajarnos del ajetreo del sábado nos vamos a las termas, visita obligada en Budapest. No vamos a las públicas (por consenso casi general) sino a unas privadas de un hotel de lujo. Por unos 16€ accedemos a tres piletas (piscinas) en un complejo de baño bastante amplio.
Lo que más me gusta es el chorro en los hombros de la piscina de agua caliente y las burbujas de la escalera. El agua a 35º empieza a adormecernos. Algunas salimos y nos metemos al barril de agua fría que se supone estabiliza la temperatura de nuestro cuerpo.
De ahí vamos a las duchas que te masajean la espalda de tan fuerte que sale el agua. A ratos nos relajamos tomando el sol en las reposeras, a ratos volvemos al agua. El Sol acompaña nuestro estupendo día de relax y así terminamos nuestro tour por Budapest en menos de 48 horas. Una maravillosa experiencia que resulta inolvidable.
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