De camino hacia la parte final del tour, escuchamos una banda de música en un escenario callejero. Proseguimos y vemos de frente la Iglesia Matías, con sus techos coloridos, símbolo de la conversión al cristianismo del pueblo húngaro.
En el Bastión de los Pescadores termina nuestro «free tour» así que juntamos unos cuantos florines y le damos la propina a los chicos que nos han estado guiando a través de Budapest y contándonos historias de la ciudad y de su gente. Las vistas desde donde estamos son preciosas. Invitan al romanticismo, a soñar.
En las escalinatas que suben al bastión vemos una pareja de recién casados haciéndose fotos. De repente, el momento se vuelve mágico. Y el sol parece iluminar el vestido de la novia que parece brillar. Y uno piensa ¡Qué bonita ciudad! ¡Qué bonito el amor!
Una vez terminado el tour volvemos caminando hacia Pest. Cruzamos el Puente Blanco y vamos callejeando por el centro de la ciudad hasta alcanzar el Mercado Central de Budapest antes de que cierre a las 2 de la tarde.
Estamos tan agotadas después de comer semejante plato que lo único en lo que podemos pensar es en descansar. Pensamos en ir a las Termas pero es un poco tarde y posiblemente no lleguemos a tiempo asi que lo dejamos para el día siguiente. Entonces, alguien sugiere tomarnos algo en la famosa Cafetería Gerbeaud, en la plaza Vorösmarty, donde se encuentra una de las paradas de metro más antiguas del mundo que mencioné en el post anterior.
Una vez en la Cafetería nos pedimos el postre típico de Budapest, que no nos gusta para nada. Y nos tomamos unos cafés con leche que nos saben a poco. Mucho más cuando pedimos la cuenta. En fin, no es una cafetería que recomendaría más allá de que sea una de las más antiguas de la ciudad.
Una vez recuperadas del atracón del mediodía nos sumergimos en el inframundo de Budapest, en su antiquísimo metro, donde no hay tornos sino dos guardias de seguridad que vigilan que no pases sin antes haber comprado el pasaje o boleto que cuesta unos 350 florines (o florentinos como prefiero llamarlos yo en honor a dos viejos amigos). El interior del coche del metro me recuerda a los de Buenos Aires pero sin carteles de publicidad sobre sus ventanas.
Llegamos a la Plaza de los Héroes después de siete estaciones de metro (subte) y nos encontramos con que no podemos acceder a la parte principal porque está cerrada con ballas. Preguntamos y nos cuentan que están filmando una película, la quinta de «Duro de matar». A la fuerza tenemos que bordear la Plaza de los Héroes y así es cómo descubrimos un hermoso parque y un precioso lago que bordeamos hasta alcanzar el Castillo Vajdahunyad. Es un lugar idílico. Me siento en una película de la Edad Media.
Hay una fiesta al aire libre y se ven jóvenes bebiendo cerveza y comiendo prezzels por todas partes. Cruzamos un pequeño puente y llegamos a otra fiesta. Esta vez dentro de un local. Parece una fiesta tradicional con música húngara. Nosotras, encantadas con el ambiente, nos ponemos a bailar como locas. Bailamos y reímos sin parar.
Llega el momento del regreso. Nos volvemos al departamento para descansar un poco antes de prepararnos para volver a salir a la noche «budapestiana». Tardamos un buen rato en regresar porque nos bajamos en Ópera, dos paradas de metro antes de la nuestra. Pero merece la pena. Es un edificio hermoso por dentro y por fuera. Sus bóvedas nos trasladan a épocas pasadas, de señoras que van del brazo de señores, con sus vestidos y meriñaquis, con sombreros de gala…
El relato de este viaje continúa en Budapest en dos días III parte
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