Long Beach en Ko Rong es el paraíso. Esta mañana he visto uno de los mejores amaneceres de mi vida. Tan hermoso que se me ha quedado grabado en la retina. ¿Es real semejante belleza?
Ayer por la mañana llegábamos a Ko Rong desde Sihanoukville para disfrutar de un día increíble que quedará estampado a fuego en mi corazón. Sin embargo, la llegada no fue fácil. Al desembarcar en la isla nos encontramos con un puerto y una playa invadida por chiringuitos y bares de playa y mucha suciedad. Es ese el momento en que piensas que te has equivocado de isla o que las cosas han cambiado desde que alguien escribió aquel post sobre Ko Rong en su blog o un artículo en la Lonely Planet. Pero para nuestra sorpresa, aún no estábamos en la zona en la que teníamos reservado nuestro bungalow por 15 dolares la noche. Eso no era Long Beach.
Para llegar a Long Beach tendríamos dos formas: una un poco arriesgada cruzando la selva, con sus mosquitos, serpientes y bichos de todo tipo y la posibilidad de perdernos por no tener ninguna referencia más que el sol que tampoco se dejaba ver mucho. La segunda opción era tomar un taxi-boat por 30 dolares. Después de investigar un poco y descubrir que varios viajeros se pierden al intentar el camino de la jungla, decidimos la opción del bote taxi. Éste nos dejó en el muelle de Sok San, Long Beach tras unos veinte minutos aproximadamente.
¿Qué veían nuestros ojos? ¿Es esto una isla abandonada? A simple vista no parecía haber nadie. Todo parecía totalmente cerrado. El marinero nos dijo en su lengua que los bungalows que decíamos haber reservado, estaban cerrados. Empezamos a preocuparnos un poco, la verdad. Pero el chico que nos traducía a la vez que nos tendía la mano para subir al muelle, nos dijo que no había problema porque si estaba cerrado podía encontrarnos otro bungalow, que se lo hiciéramos saber. Nos indicó donde estaban los bungalows que decíamos y nos dirijimos hacia allí con nuestras mochilas.
Al llegar a los bungalows caminando por la arena con los pies en el agua, descubrimos que si todo iba bien tendríamos la playa para nosotras solas. Un camboyano en bermudas y sin camiseta, con los pelos despeinados, pocos dientes y las manos sucias de haber estado trabajando, nos atendió y nos tendió su teléfono móvil. Al otro lado, la voz de su jefe en Sihanoukville nos decía que su personal nos atendería pero que esperáramos un ratito a que limpiaran. Confirmamos precio y esperamos sentadas en lo que parecía haber sido un restaurante en otra época y ahora era algo así como el living room de una familia, lleno de ropa por todas partes. ¿Qué mas da mientras tengamos semejante playa como vistas?
Cuando nos entregaron la pequeña habitación de madera, nuestro bungalow en Ko Rong por dos noches, quisimos volver a negociar el precio pero no fue posible. A cambio, conseguí una comida gratis en la casa de la familia que atiende los bungalows. Fue genial comer con ellos pero antes tuvimos otra experiencia con los locales que me despertó emociones encontradas.
Estabamos asomándonos al camino detrás de nuestra cabañita, observando la selva, cuando desde una casa-kiosko nos llamaron. Estaban bailando y querían que bailemos con ellos. Y así lo hicimos. Bailamos al ritmo de la música camboyana que salía de un musical de TV. La familia entera bailaba con nosotros felices. Y yo me sentía feliz de poder compartir ese momento de fiesta con ellos.
Después de rechazar amablemente la cerveza que los camboyanos nos ofrecían para seguir festejando Pchum Ben’s day (como el año nuevo en Camboya) seguimos nuestro camino. Al instante nos encontramos con el hombrecito que nos había atendido al llegar a los bungalows que nos estaba avisando que la comida estaba lista. Nos llevó a su casa (el living room abierto que parecía haber sido restaurante en otra época) y comimos con la familia entera: mamá, papá, hija e hijo. Y perros incluidos. Lavi se reía de mí cuando empecé a comer la carne con la mano como ellos y me hizo una foto. Yo me lo estaba pasando genial. Más tarde, el hombre se pasó por nuestras cabañas, con dos cocos recién bajados del árbol y nos los regaló.
Terminé de comer y agradecí a la familia por la hospitalidad. Lavi y yo seguimos nuestro camino por la orilla del mar hasta encontrar unas reposeras con sombrilla frente al restaurante de un resort. Dejamos las cosas ahí y disfrutamos de uno de los mejores baños de nuestra vida. La arena blanca, las aguas cristalinas y tranquilas. Al fondo, las montañas con palmeras a un lado y el horizonte al otro.
Más tarde, caminando por Long Beach me encontré un niño que jugaba solo a la pelota. Su padre cubano, su madre japonesa. Hablamos en inglés y luego en español. Jugamos con la pelota un rato hasta que vino otro niño y se unió a mi. La suerte estaba a mi favor: el niño pequeño resultó ser un tremendo goleador. Ganamos el partido después de tres goles suyos y dos míos. Me despedí de ellos y volví al agua y a nadar.
No sabíamos donde cenar porque todo parecía cerrado menos el Resort, pero casualmente me crucé con un inglés y me indicó donde estaban los dos sitios de comida de este lado de la isla. Por 5 o 6 dolares podríamos comer muy bien. Y así fue. Esa noche, dos españoles que encontramos en el mar, una pareja alemana y Lavinia y yo, cenamos junto al hijo de los dueños del bar y otro familiar que vino a visitarlos y está ayudándoles con los quehaceres. El más joven, de 21 años, me cuenta que aprendió inglés con los clientes. Estaban encantados de estar con nosotros y nosotros con ellos. Nos acostamos después de las diez de la noche, cuando la electricidad en la isla se corta porque apagan los generadores. Nos fuimos a nuestros bungalows con la promesa de que al día siguiente Oha y Racha, los dos camboyanos nos llevarían a ver las Cataratas de la isla.
Termino de escribir este artículo desde el sofá de mimbre del restaurante de mis nuevos amigos camboyanos, después de haber visto uno de los mejores amaneceres que he visto en mi vida, después de haber visitado las Cataratas prometidas y de haberme reído hasta el infinito mientras el agua caía sobre mí formando un arcoiris. Creo que me he enamorado de este trozo de la isla de Ko Rong. Gracias isleños camboyanos por compartirlo conmigo.
Y la ofrenda la dejan allí pudríendose? No se la comen? Al menos la latita de sprite no se pone mala, seguro que se la toman luego…
Muy guapos tus relatos Ro!
Un beso grande!
Se la comen. Debí haberlo contado bien pero estaba cansada ese día. Perdón. La ponen ahí una vez que está preparada y no dura mucho porque cuando estábamos a la mesa, el padre fue al altar a buscar primero el arroz glutinoso envuelto que por fuera parece un tamal (comida de Salta que conocerás) y luego el pollo. Bebimos agua así que ese día no se bebieron los refrescos pero la otra familia (con la que bailamos) sí tomaban los refrescos del altar, y también las cervezas.
Gracias por tu comentario 🙂
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