Cuando inicié este viaje al Sudeste Asiático no me imaginaba escribiendo este relato desde un bar moderno de la calle Pub de Siem Reap en Camboya pero aquí estoy y aquí va mi primer artículo desde este increíble viaje que no ha hecho más que empezar.
Llegué a Camboya, a Siem Reap, a mediodía. Sobre la visa y el pasaporte no comentaré nada en este artículo pero fue bastante pesado comparado con Bangkok en Tailandia. El asunto es que Mr Tok, el conductor de un tuk tuk, me esperaba a la salida del aeropuerto para llevarme al hostel. Hice rápido así que a las 13.30 Mr Tok y yo estábamos llegando a las puertas de Angkor Wat. Y a las 18 hs estábamos regresando al hostel después de haber apreciado los mejores templos que vi en mi vida.
Las ruinas siempre me han gustado (mi sueño de conocer Machupichu lo confirma) pero hasta hace poco no tenía idea de la existencia de Angkor Wat ni de ningún otro templo de Camboya. Pero ahora sé porqué algunos viajeros lo comparan con Machupichu o Petra: arquitectura milenaria magnífica e impresionante.
¿Por dónde empiezo?
No sé si es fácil decidir por donde empezar a recorrer Angkor Wat y los demás templos cercanos a Siem Reap así que yo me dejé llevar por el chófer del Tuk tuk del hostel, Mr Tok, mi amigo camboyano. Como ayer era mi primer visita, hicimos el circuito chico y hoy, con más tiempo, el circuito grande.
Primer día: circuito chico de Angkor
Ayer, en el primer día lo primero que visitamos es Angkor Wat, el edificio religioso más grande del mundo. Luego, fuimos al Bayon, en Angkor Thom donde las 54 torres con caras desprenden un misterio inexplicable; y finalmente el Ta Prhom, donde la jungla se come literalmente los templos, conocido por algunos por haber sido escenario de la película Tom Raider (y el preferido de mi mamá).
Dicen que El Angkor Wat es el cielo en la tierra y símbolo nacional de los jemeres. Fue obra de Suryavarman II (1113-1152), el monarca que unificó Camboya. A mí me pareció impresionante pero es el más turístico y lo aprecié menos que los demás. Sin embargo tuve una curiosa experiencia: me acerqué a un Buda de piedra al que la gente estaba rezando, me ofrecieron tres inciensos, los encendí en la vela y se los di de ofrenda al Buda. Después de eso un monje me ofreció una pulsera tejida que iba anudando en mi muñeca según oraba por mi. Aquí además conocí a una chica estadounidense, descendiente de sudamericanos con la que hice buenas migas enseguida.
En el corazón del Angkor Thom, al que volví hoy, está el Bayon, templo budista de Javayarman VII. Tiene 54 torres decoradas con los 216 rostros de Avalokiteshvara, de fría sonrisa (y parecido con el Rey según la guía Lonley Planet). Me encantó cómo se reflejaba el sol en esas curiosas caras mientras yo me perdía en su mirada. ¿Adónde miran los rostros de Bayon?
Por último, y no menos importante, visité el Ta Prhom. Este lo recorrí en una hora y algo pero fue una visita magnífica porque uno de los guardias del templo se ofreció a indicarme donde podía tomar las mejores fotos de los árboles invadiendo la piedra. Cierto es que al final de la visita me pidió limosna pero fue grato contribuir a su poder adquisitivo después de haber sido un excelente guía dentro de Ta Phrom. El único inconveniente que tuve es que salí por el lado opuesto al que entré y no pude regresar porque cerraron tras de mi, a las 17.30 hs. Así que tuve que ir caminando por la ruta dándole la vuelta a la enorme muralla dentro de la cual se encuentra el templo y la selva que lo cubre. Por suerte el chofer de mi tuk-tuk me vio y vino a buscarme antes de que terminara de dar la vuelta.
Segundo día: circutio grande
Quería ver el amanecer en Angkor Wat pero Mr Tok me dijo que había muchos turistas y que me llevaría cerca pero a un lugar mejor. Vi el amanecer sobre el río, cerca de Angkor Wat y terminé de ver salir el sol desde el templo Pre Rup antes de continuar hacia Banteay Kdei y Srah Srang, donde pude apreciar el sonido del entorno a la vez que sus hermosos colores matutinos. Los templos estaban desolados al ser entre las 5 y las 6 am. Sobre todo Pre Rup donde a pesar de subir escaleras altísimas, y quedar agotada, las vistas me dejaron impresionada.
Fue un momento íntimo increíble. El paisaje, el entorno aún no tan caluroso y el silencio me invitaban a reflexionar.
El viaje estaba resultando como lo había soñado. Sentía la paz que venía buscando.
En Banteay Kdei iba caminando por un costado del templo cuando vi una mujer camboyana preparando el desayuno. Me quedé contemplándola en silencio con sus ollas sobre el fuego, tan tranquila. Pero al cabo de un rato fui descubierta por uno de los hombres de la casa que estaba con sus amigos y se acercó en una moto a hablar conmigo y enseñarme un instrumento musical hecho de caña por él mismo. Me gustó tanto que se lo compré. Y anduve un buen rato haciendo música por el camino. Me despedí de ambos con una sonrisa y un «Or-kuh» improvisado (gracias, en camboyano).
No fue mi única compra. En Sranh Srang un ratito antes varias niñas me habían acosado al sonido de “un dólar, un dólar” que no me abandonó hasta el final del recorrido. No les compré a esas niñas sino a la madre de un niño que previamente se interesó por mí (de dónde venía, adonde iba, cómo me llamaba, etc.) y me regaló una pulsera invitándome a visitar la tienda de su madre. La verdad es que comprar cosas a niños me da reparo y nunca lo hago porque me gustaría verlos en el cole y no vendiendo, pero bueno, en muchos países está bien visto ayudar a los padres trabajando aunque seas pequeño y aunque me gustaría, en realidad, no siempre podemos cambiar las cosas.
Mi paseo en Tuk tuk y caminata de hoy continuó por el Eastern Mebon, Ta Som y Neak Pean, donde el edificio no es gran cosa pero merece la pena caminar sobre el camino de madera que atraviesa el río. Es un paisaje maravilloso. Y si de ayudar hablamos, se puede hacer una donación a un grupo de músicos con ciertas incapacidades físicas, que tocan música camboyana de maravilla.
Mi paseo de hoy llegaba al final en el templo Prah Khan, donde disfrute como loca de hacer fotos ya que conocí a una pareja de españoles que les gustaba mucho ser fotografiados. Encantadores ellos me hicieron sentir como en casa. Prah Khan es el templo que más me gustó. No sé si porque parecía estar menos conservado, más invadido por la jungla o porque encontré también cierta soledad al final del pasillo central que parecía nunca acabar. O quizás porque jugué un rato a ser Indiana Jones. Ahí me quedé un buen rato, alejada de los turistas, pensando en las maravillas que puede ser capaz de construir el ser humano.
Antes de volver al hostel, después de casi cinco horas de paseo, entre caminata, desayuno y traslados en tuk-tuk, pedí a Mr Tok si podía llevarme de nuevo a Angkor Thom. Esta vez quería ver la terraza de Elefantes y el Baphuon, un antiguo templo de montaña de 25 metros de alto. Las vistas son muy bonitas desde lo más alto pero desearía que los escalones para bajar no hubieran sido tan estrechos. De todas formas, disfruté la visita y conocí dos israelíes que me preguntaron por el Buda grande y los acompañé a verlo, justo entre el Baphuon y Bayon, donde repetí una vez más el ritual de la ofrenda.
Y así doy por terminado mi primer artículo sobre este viaje al Sudeste Asiático, esta experiencia única, que agradezco a la vida el lujo de poder vivirla. Or-Kuhn (Gracias)
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Muy bueno Romi, la verdad que me lo vi y lei todo con especial curiosidad, porque es una de las culturas milenarias poca mostrada, y los has relatado con tal tranquilidad que hace que uno se interese mas y mas a medida que se va enterando de tu relato, espero ansiosamente tu próxima publicación, cuídate, un saludo.