Cerca de Dalat hay paisajes preciosos que merece la pena ver. Uno de ellos es la zona de Lang Cu Lan, al norte de la ciudad. Preguntamos cómo llegar a Cu Lang village y nos recomendaron alquilar una motito. Habíamos querido hacerlo antes pero no habíamos encontrado un lugar tranquilo. Ahora era nuestra oportunidad.
Como yo no tengo experiencia en conducir una moto y mi amiga conduce moto desde pequeña, ella fue la conductora y yo la copiloto. Salir de Dalat costó un poco porque es la ciudad es un laberinto y las rotondas a veces tienen cinco o seis salidas. La ruta estaba casi vacía así que fuimos tranquilas, disfrutando del aire en la cara y de los paisajes que nos encontramos de camino.
La verdad es que no teníamos idea qué nos íbamos a encontrar cuando llegasemos a Cu Lan Village porque en realidad nosotros habíamos preguntado por «Chicken village». Según nuestra recepcionista hay más de un pueblo al que llaman así. Ella nos recomendó visitar Cu Lan. Y bien acertada estaba.
Cu Lan es un poblado precioso.Durante siglos han vivido aquí generaciones de la etnia K’ho. Y el nombre «cu lan» se debe a un animal que habitaba la zona. Los aldeanos se dedican a la caza y la granja y desde 2011 también realizan diversas actividades relacionadas con el turismo como artesanías, paseos en caballo y en jeep. Además, desde que el poblado se abrió como una atracción turística debido a la inversión de una empresa, se cobra entrada.
Nos quedamos enamoradas de este lugar por sus hermosos prados verdes, sus cabras, sus cabañas, los puentes colgantes y la paz que se respira en el ambiente.
Cuando nos dimos cuenta que el cielo empezaba a ponerse gris, decidimos emprender el regreso. Según la gente local, es muy raro que llueva por la mañana pero no queríamos arriesgarnos a que nos de la lluvia en la ruta con la moto así que levantamos campamento.
Faltaban unos diez minutos para llegar a Dalat, cuando empezaron a caer las primeras gotas. La única condición que habíamos puesto para lanzarnos a esta aventura era: si empieza a llover, paramos, con lluvia no conducimos. Así que hicimos una parada en un café de carretera donde no había absolutamente nadie. De repente la señora que parecía atender el lugar, nos invita a entrar y a tomar algo. No tenía nada de comer. Solo te. Cada vez llovía más. ¿Nos tendríamos que quedar ahí todo el día? La lluvia cesó al cabo de media hora así que retomamos la marcha.
Conducíamos muy despacio porque la ruta estaba mojada. Mi amiga quería ir al lago pero yo veía que la lluvia iba a volver así que cuando entramos en Dalat y noté las primeras gotas, le dije «yo me quedo en la ciudad». Volvimos a parar por precaución sin saber que iba a caer una lluvia torrencial tras dejar nuestra moto a buen recaudo.
Lo bueno de esta parada inesperada es que no elegimos el sitio donde comeríamos sino que él nos eligió a nosotras. Era un lugar de esos montados en el garage de la casa, con una olla sobre el fuego para el arroz y unos cuantas verduras y carnes para mezclar con él. No había menú ni mucho menos. El carrito donde exponen la carne y las verduras estaba casi vacío así que nos puso lo que quedaba. Nos sirvieron té. Y listo. A comer. Más auténtico imposible. Y todo por menos de 1 euro.
Cuando por fin paró la lluvia, fuimos al hotel, a devolver la moto, pero primero había que atravesar la ciudad, bajar de la zona alta a la zona baja y atravesar callecitas que parecen de cuento. ¿De verdad vamos abajar por ahí? Yo me bajo. Y me bajé de la moto. Mientras mi amiga maniobraba me encontré una pagoda. Y contemplé la ciudad. ¡Qué bonita es Dalat!
Al final, al cabo de otra media hora por fin devolvimos la moto en el hotel, riendo de la aventura que habíamos vivido por las rutas vietnamitas y maravilladas de la belleza de Cu Lan. Merece la pena el viaje para visitar esa preciosa aldea.