Visitar Phnom Penh, la capital de Camboya, fue un golpe de realidad a la vez que una experiencia nueva en este viaje por el Sudeste asiático. Por un lado, la ciudad me pareció hostil e insegura; pero por otro lado, volví a estar acompañada después de casi cuatro días sola y volví a hablar en español. Sin embargo, el verdadero golpe de realidad me vino de camino a Choeung Ek y al llegar allí cuando escuché la historia de los campos de exterminio y el genocidio camboyano de 1975 a 1978.
Phnom Penh es una ciudad donde no tenía casi planes más que encontrarme con Lavinia, una de mis mejores amigas en esta vida; encontrarme con Borey, un camboyano que conocí en India hace cinco años con el que hablo a veces por Facebook; hacer el trámite de visado a Vietnam; ver el Palacio Real, alguna pagoda o algún templo; callejear por la ciudad y tomar algo en un sitio que colabore con proyectos de inclusión social para niños o mujeres en riesgo. Y básicamente, hice todo y algo más.
La llegada de Lavinia me alegró muchísimo porque podríamos compartir nuestras impresiones sobre el viaje por Asia y otros sentimientos que tenemos desde hace unos meses. Ver una cara amiga y hablar con la confianza que tengo con ella es un placer que pocas veces tenemos. Es algo que ella también sintió y lo cuenta en su blog La almendra viajera. Además, hablar en español con algunas mezclas de inglés me hizo sentir en casa y comprenderme a mí misma a través de sus ojos.
Ayer despertamos pronto y desayunamos en el hotel, cuyo personal nos tramitó el visado a Vietnam en el mismo día como “urgente” por ser vísperas de festivo (en Camboya estos días se celebra el Pchum Ben’s Day, día de ofrecer respeto a los seres queridos muertos y ofrecer comida a los espíritus). Después del desayuno, vino Borey, el chico camboyano, a saludarnos al hotel. Me contó más sobre este festival camboyano y me contó sobre su trabajo en una organización que lucha por los derechos humanos. Después de una larga charla sobre temas super interesantes, se ofreció en llevarme en la moto hasta el otro hostel al que nos trasladamos para pagar algo menos aquella noche. Fueron solo tres minutos en moto porque el hostel estaba al lado, pero fue super divertido montarme en una moto después de tantos años. Y yo que siempre voy caminando a todas partes, sentí una especial adrenalina.
Por la tarde, Lavinia y yo fuimos a ver el Monumento a la Independencia, el Palacio Real, el monumento a la amistad con Vietnam, la pagoda Botum Vattey, y el Wat Phnom. Hacía tanto calor que me sentía en una nube; estaba poniendo a prueba mis propias fuerzas y no estaba resultando bien. En el interior de la Pagoda, la gente celebraba; a los costados había una mujer y un hombre mendigando, otras personas colgando la ropa y otros solo yaciendo sobre el suelo sin más. De todas formas, se respiraba un ambiente místico que parecía incapaz de lograrse en esta ciudad tan caótica en las calles al atardecer.
El recorrido por la ciudad resultó extenuante por el calor y la humedad insoportable, pero los smoothies que nos tomamos en Conecnting Hands, nos recuperaron por completo. Este café es un proyecto que destina sus ingresos a luchar contra la trata de mujeres y para evitar la exclusión social de antiguos niños de la calle. Así que los smoothies que nos tomamos fueron doblemente reconfortantes.
Fue ahí cuando decidimos ir a ver el campo de exterminio Choeung Ek, aunque en principio yo pensara que no íbamos a ver nada digno de visita. La verdad es que ver los campos de concentración fue algo impactante, como si retrocediera treinta años y me encontrara siendo testigo de aquellos horrores. Y también fue el camino hacia allí lo que cambió mi perspectiva, un recorrido que debía durar 10 minutos y demoró 30 minutos.
Choeung Ek es uno de los “Killing fields” o campos de exterminio, que como en la Alemania nazi, servían de campo de concentración y trabajos forzados previos a la muerte. Fuimos hasta allí en tuk-tuk, atravesando la ciudad entera, observando la realidad de la capital camboyana desde nuestro cómodo asiento en el tuk-tuk. Motos que van y vienen, hombres y mujeres dirigiéndose hacia alguna parte esquivando al resto de la gente de la manera posible, kioskos ambulantes con olor a comida, basura al costado del camino, tuk-tuk que cruzan por el sentido contrario, algunas vacas que ralentizan nuestro camino compitiendo con los pozos de las calles sin asfaltar. ¿Es esta tu realidad, Camboya? ¿Es así como te gusta vivir o no te quedó opción porque el progreso te aplastó? ¿qué piensas? Cuéntamelo.
Al llegar a los campos de concentración y exterminio humano de Choeung Ek nos dieron audioguías. Escuchar en español con voz queda y pausada los horrores que se vivieron allí me tocó la fibra sensible y las lágrimas no hicieron más que aflorar incontroladamente. ¿Por qué? ¿Por qué Pol Pot querría hacer tanto daño a su propio pueblo, a sus hermanos y vecinos? ¿Por pensar diferente o por puro placer asesino? ¿Qué es lo que mueve a un genocida a exterminar a otros seres humanos? ¿Qué es lo que hace que un soldado no se revele y mate a un bebé golpeándolo contra un árbol o aplastandole la cabeza? ¿Por qué? ¿Por qué tanta crueldad y tanto horror?
Los pozos donde fueron cavadas las tumbas, los huesos que afloran a día de hoy a la superficie tras las lluvias, los cráneos que se enseñan como muestra de aquel horror, las ropas hechas jirones de niños asesinados, de hombres y mujeres inocentes que perdieron la vida sin saber porqué, fueron mi golpe de realidad.
De regreso, volviendo al bullicio de la ruta, a las bocinas, los motores de motos, camiones, tuk-tuk y coches, la gente hablando, riendo, viviendo, me quedo pensando en los gritos de los prisioneros que los jemeres rojos ahogaban con música de la revolución. ¿Acaso el ruido de la ruta no estará ahogando ahora mismo el grito desesperado de esa abuela camboyana que va pidiendo limosna o algo para comer por las calles? ¿Acaso los gritos de los vendedores no acalla las voces de los que intentan gritarle al mundo su dolor? ¿Seremos tan sordos para no escuchar el grito ahogado del ser humano que sufre?
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