Mochila al hombro nos subimos al metro de Madrid. Vamos camino a la estación de Atocha. Es la primera vez que vamos a tomar el AVE, el tren rápido, y estamos ilusionados como niños pequeños. Nos vamos a un pueblo de Valencia los cuatro días de Semana Santa. La estación de Atocha ya es una vieja amiga pero estos días festivos está llena de gente y nos demoramos tanto que subimos al tren tan solo 2 minutos antes que cierre sus puertas y empiece la marcha. Al cabo de un rato, el tren alcanza los 300 km/hora y nos ponemos a hacerle fotos a la pantalla con esas cosquillitas en el estómago que aparecen cuando estás viviendo una experiencia nueva. Miro por la ventana y veo el paisaje de la provincia de Madrid pasar a gran velocidad: los prados verdes, alguna sierra, a lo lejos un pueblo que no alcanzo a reconocer. Apenas noto el movimiento, la velocidad. Vuelvo a mirar por la ventana del tren y me quedo embobada con el paisaje, con el reflejo de David en el cristal, con la música en mis oídos, y me dejo llevar.
El viaje en tren rápido de Madrid a Valencia dura 1.40 hora. Cuando queremos dar cuenta del viaje, ya estamos en Valencia. Empieza nuestro viaje de Semana Santa: cuatro días de descanso, de caminatas por la playa, de comer paella, de visitar la ciudad, de pasear por la albufera, de disfrutar con los amigos, de sentir el viento en la cara y de sabernos vivos y felices.
No es mi primera vez en Valencia: estuve en el año2005 con mis compañeros de primer año de la Universidad. Fue un viaje relámpago: 23€ ida y vuelta por cabeza, en un bus que nos llevó directo a las Fallas. ¿Hay algo más típico de Valencia que sus fallas? Aquel año (sería el 18 o 19 de marzo), llegamos justo para escuchar los últimos sonidos de la mascletá de ese día: una sucesión de explosiones rítmica que no deja indiferente a nadie. Tras recorrer la ciudad en busca de las principales figuras falleras que esa noche se quemarían, vimos falleras desfilar, paseamos por la Plaza del Ayuntamiento, por el Barrio del Carmen y nos instalamos cerca de uno de los numerosos puentes de los Jardines del Turia para celebrar el final de las fiestas falleras.
Volví a Valencia años después varias veces, para visitar el Jardín Botánico, la Ciudad de las Ciencias y las Artes, el Oceanográfico, pasear por la ciudad, por la playa de la Malvarrosa, visitar amigos, tomar un barco a Mallorca o simplemente descansar.
Atrás quedan ya esos recuerdos de 2008 y 2011 pero Valencia es para mí ya una vieja conocida. De lo que nada sabía es de sus alrededores, del resto de pueblos que conforman lo que se conoce como la Comunidad Valenciana. Nada sabía de ellos y me encantó lo que descubrí en este viaje: pueblos pequeños y campos de arroz, playas extensas con pequeñas dunas, casas bajas de colores formando un paseo marítimo, un pueblo donde solo hay gente en fiestas, los campos de naranjos, la Albufera y sus barracas.
Nos hospedamos en casa de una amiga en Mareny de Barraquetes, a 100 metros de la playa. Una playa preciosa llamada Playa del Rey, con 900 metros de costa, de arena muy fina y enmarcada en un cordón dunar lleno de “uñas de gato” justo después del paseo marítimo. Un entorno de paz y tranquilidad que invitan a quedarse más de cuatro días.
Aprovechando la cercanía nos acercamos a Cullera, una ciudad muy urbanizada que nada tiene que ver con Mareny de Barraquetes pero cuyo paseo marítimo me recuerda a Mar del Plata, mi ciudad natal y por un momento me traslado en el tiempo y el espacio para revivirla en este paseo de Cullera. ¿Por qué siempre comparamos un sitio nuevo con lo que ya conocemos? ¿Será nostalgia?
Al día siguiente, volvemos a Cullera más temprano y aprovechamos el sol de la mañana y del mediodía para disfrutar de la playa, de una caminata con los pies descalzos recolectando caracoles, del primer baño de primavera y de una brisa fresca que nos recuerda que aún quedan casi tres meses para el verano.
Llegamos a Valencia antes del atardecer, justo a tiempo para pasear por los Jardines del Turia y la Ciudad de las Artes y las Ciencias antes que oscurezca. Y volví a recorrer la ciudad, las Torres de Quart, las Torres de Serranos, el barrio de El Carmen, la Plaza de la Virgen y callejeando por el centro de Valencia cerramos nuestro día.
El sábado nos quedamos en la Playa del Rey y aprovechamos la mañana: descanso, lectura, caminata y sol. Por la tarde nos esperaba una experiencia nueva: un recorrido por las barracas más antiguas del Palmar y un paseo en barca por La Albufera. Pero ¿qué son las barracas? Un edificio típico de la Comunidad Valenciana, una pequeña casita hecha de barro, juncos y caña, donde solían vivir los labradores.
Después de visitar las barracas y dar un paseo por el Palmar, llegó la hora de subir a la barca de Rosa, la barquera para navegar por las aguas de La Albufera para presenciar uno de los mejores atardeceres que he visto en mi vida. Un final espectacular para un día lleno de emociones.
El domingo tocaba decir adiós al Mareny y a su playa, a Sueca y a los campos de arroz, a los zumos de naranja natural recién traída del huerto, al pan quemado y la mona de pascua, a las paellas interminables, al buen tiempo y los paseos frente al mar. Pero no me iba a ir sin despedirme: me acerqué a la costa, me senté cerca de los médanos de arena, y dejé que el aire de mar se viniera un poco conmigo mientras miraba a los niños remontar cometas con sus padres aprovechando el viento de mediodía. Adiós, Mediterráneo, adios. Hasta la próxima.
QUÉ BONICO 🙂 Una maravilla haber disfrutado tanto con vosotros este viaje!
¡Sí! ¡Qué bien lo pasamos! 😀
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