Desde siempre había soñado con conocer el Noroeste Argentino y hace tres años ese sueño se hizo realidad. Aún a día de hoy, después de haber recorrido múltiples destinos del mundo, sigo pensando que aquel viaje de diez días a las provincias de Salta y Jujuy fue uno de los mejores viajes de mi vida.
El verano había terminado en Argentina y mi amiga Lala y yo nos negábamos a enfrentarnos al frío así que nos fuimos para el norte. El ómnibus salió de Buenos Aires rumbo a Villa María donde hicimos una parada de un día para visitar a un gran amigo que nos recibió con esa amabilidad de los pueblos de Argentina. Esa amabilidad que no se olvida jamás. Pero es otra historia que contaré otro día.
De ahí, nos fuimos a Córdoba capital a visitar a mis primos y tíos y disfrutar de la familia y el paisaje compartido antes de meternos nuevamente en un ómnibus hacia Salta, la linda. ¿Qué nos esperaba en Salta? ¿Por qué la llaman “Salta, la linda”? Estábamos a punto de descubrirlo y de honrar su nombre al disfrutar de su belleza natural en cada rincón recorrido.
Salta nos recibió con su calidez norteña, el olor a humitas y tamales en cada esquina, las sonrisas de sus niños al salir de la escuela, el bullicio de los autos en pleno centro y un paisaje urbano precioso que disfrutamos desde lo alto del teleférico.
La ciudad de Salta merece un buen paseo caminando: el Parque San Martín, la Catedral Basílica, los balcones coloniales del casco histórico y sus callecitas angostas con casas bajas que transmiten esa paz norteña de la que una no se quiere despegar.
Caminando por la ciudad de Salta me llamaron la atención algunos mensajes escritos en el suelo y en las paredes, expresiones de cultura rebelde, contestataria: “Hay tierra debajo del cemento, rómpelo y cultiva tus alimentos” escribía uno; “¿Y si Dios fuera mujer?” rezaba otro y debajo alguien le respondía “No importa porque no existe”. Diferentes opiniones salpicadas en una pared cualquiera que algún día alguien pintará y borrará para siempre… ¿O tal vez no?
Recorriendo la provincia de Salta
Si Salta capital nos gustó mucho, no alcanzan las palabras para describir la belleza del resto de la provincia: los Valles Calchaquíes, la Quebrada de las Conchas, el Mirador Tres Cruces, el Anfiteatro, Cafayate y una ruta nacional 68 salvaje, casi virgen, de una hermosura que hace saltar las lágrimas a los viajeros más experimentados.
Avanzamos por la ruta de Salta a Cafayate, entre montañas de color rojizo por el óxido del hierro, entre las aguas de un río que a ratos invade la ruta y la hace desviarse. Y llegamos al Anfiteatro natural donde una llama pide leche y un músico hace resonar su pieza en el eco de las piedras. ¿Acaso imaginaba de pequeña tanta belleza?
La siguiente parada es el mirador Tres Cruces en la Quebrada de las Conchas, paisaje que me enamora al instante. No hay casas alrededor, no hay más ruido que el de nuestras propias voces y el viento que nos empuja cuando nos acercamos a las tres cruces blancas clavadas en la tierra colorada. La belleza del entorno me colma de una felicidad inexplicable.
La carretera continúa, salvaje y hermosa, y aparecen formas en la Naturaleza: un Sapo, una ventana y un Castillo. Y miles de formas de las que no somos capaces de imaginar. Un paisaje de ensueño.
Según nos vamos acercando a Cafayate, aparecen los cardones, una especie de cactus gigantes, y más tarde los viñedos y Bodegas. Probamos el vino de los Valles Calchaquíes, el de la cepa del Torrontés y seguimos camino.
Cafayate es el final de nuestra ruta de ese día, el descanso, la comida tradicional, un paseo por el parque, por un mercado artesanal y unos rayos de sol que nos recuerdan que en el noroeste argentino el verano no termina de irse.
Cachi, un pueblo mágico
Y como si no hubiéramos tenido ya suficiente belleza y experiencias en la provincia de Salta, al día siguiente viajamos a Cachi. De camino, el paisaje me sigue enamorando. Después de un rato el paisaje se vuelve más árido y nos encontramos con cardones de distintas formas.
Más adelante en la ruta, vemos un cultivo de ajíes en vaina secándose al sol, custodiados por un campesino laborioso. El contraste del rojo con el entorno ocre me deja maravillada.
Y llegamos a Cachi, un pueblo tranquilo, bonito, que me transmite una paz difícil de explicar. Un pueblo que no solo nos da la bienvenida sino que nos invita a quedarnos pero sin hacer ruido, para no despertarlo del sueño profundo, de la tranquilidad en la que se ve sumergido en este mágico rincón del noroeste argentino.
Continuará…