Mis expectativas sobre Vang Vieng eran bajas. Había leído sobre el «tubing» y cómo habían muerto una veintena de personas en 2011 debido a practicarla borrachos. Y también tenía entendido que era el típico pueblo fiestero donde costaba encontrar paz. Sin embargo, Vang Vieng me gustó mucho y la disfruté sin beber ni hacer tubing, que consiste en lanzarse con una especie de neumático por el río.

¿Qué hacer en Vang Vieng que no sea tubing o beber? De todo un poco. En mi caso, decidí darme una vuelta por el pueblo temprano por la mañana, cruzar el río por el puente de madera y admirar las montañas.

Tuve que volver de mi paseo porque el calor era asfixiante. Por suerte, la noche anterior había conocido una chica holandesa que me ofreció ir con ella y otros viajeros a la laguna azul y a ver unas cuevas. Así que a la hora acordada, nos subimos a las motos y allá fuimos.

La zona de la laguna azul es más fresca seguramente debido a los árboles que dan sombra. Además un chapuzón en el agua al tirarme con la tirolesa, me refrescó totalmente. Hay bastante gente pero pudimos apreciar el entorno y disfrutar del baño antes de seguir rumbo a las cuevas.

El camino a la cueva entre las montañas resultó ser de lo más exótico. Caminamos por la jungla, donde por momentos aparecía el camino, y por momentos se perdía, hasta que encontramos la entrada a la cueva indicada con una flecha roja en la piedra.

Dentro de la cueva, trepamos por unas rocas y nos adentramos con linternas más allá de lo que alcanzaba nuestra vista. Y de repente nos topamos con una estatua de buda con sus típicos adornos. Si no la hubiéramos iluminado con las linternas no la veíamos.

Seguimos hacia dentro de la cueva y nos encontramos con algo menos agradable: arañas. Al principio eran pequeñas y podíamos continuar. Después vimos un murciélago pero seguimos adentrándonos hasta que de repente el camino estaba bloqueado por piedras y junto a ellas una araña enorme.

Al salir de la cueva, volvimos a la ciudad. Los chicos querían ir a ver una catarata pero yo prefería caminar por la ciudad ahora que había bajado un poco el sol. Me fui a recorrerla.

Crucé por otro puente, caminé junto al río, volví, me tomé un zumo de frutas y me perdí un poco por la ciudad. En el camino me encontré un templo con un buda muy bonito dentro de un templo cuyo nombre no conseguí averiguar pero el entorno lo hacía más bello y de repente me pareció que me sonreía.

Seguí caminando y terminé volviendo al hotel por la carretera principal donde ya se empezaban a verse puestos de comida ambulante que suelen poner cuando está por caer la noche para que cenen tanto turistas como locales. No salí de fiesta ni hice tubing pero me lo pasé muy bien el día entero en Vang Vieng. Al día siguiente mi bus salía temprano.

Siguiente destino, último de Laos y último en solitario: Vientián.