Hay una clase de viajes que algunos viajeros llaman “experimentales” y así creo que podría definirse el viaje que hicimos a Gales para despedir el 2015 y dar la bienvenida al 2016. Un viaje de desayunos energéticos, de excursiones por el bosque, de ovejas y barro (mucho barro), de mantita y pelis, de juegos de mesa y risas, de prioratos olvidados, de pueblos de libros y bares atípicos.

Toda la vida pasamos la Nochevieja (o “el 31” como se decía en Argentina) en pleno verano, en Mar del Plata, con un poco de calor, entre amigos y familiares y comiendo erróneamente turrón y nueces siguiendo tradiciones españolas. Cuando nos mudamos a España con mi familia, supuse que tendría una Nochevieja con nieve pero viviendo en Mallorca eso nunca ocurrió (ni siquiera el año en que me quedé a pasarlo en Madrid). Así que las Nocheviejas de frío y nieve de las películas se quedaron en una simple fantasía.

En Gales tampoco nevó pero sí hizo mucho frío, frío del que invita a quedarse en casa mirando la chimenea, tapado con la frazada hasta el cuello y comiendo chocolates. ¿Acaso no es época de comer chocolates en el sofá? Pero como somos inquietos y no podíamos estar en Gales y dejar de verla así que no nos conformamos con estar en la Casa Rural que mi hermano alquiló para la ocasión cerca de Glasbury, casi a los pies del Parque Nacional Brecon Beacons.

La zona resultó ser preciosa: verde y tranquila. Se respiraba paz allá donde fuéramos. Era el 31 de diciembre de 2015, último día del año y no teníamos prisa porque se fuera. Dimos un paseo por el bosque, enfundados en nuestras chaquetas de invierno, deseando que esas nubes no fueran de lluvia y resbalando a ratos por el suelo barroso. Caminando, respirando aire fresco (o frío, según lo friolento que uno sea) y reflexionando sobre la vida. Con todo el tiempo del mundo…hasta que empezó a llover y no todos teníamos calzado apropiado.

Y llegó la noche en la que despedimos el año, tiramos el calendario (o lo quemamos según tradición), dejamos atrás las penas de ese año y nos ponemos propósitos para el nuevo año. Todo eso sumado al banquete especial que nos solemos dar que en nuestro caso fue pollo al horno con patatas cocinado por mi hermano que es un gran anfitrión incluso no estando en su propia casa.

La medianoche llegó y decidimos salir de la casa a contemplar el cielo y las estrellas. No se escuchaba ni un alma. El frío calaba hasta los huesos. A lo lejos, de repente, un sonido de fuegos artificiales que pronto cesó. El frío se volvía más intenso cada vez. Y las estrellas brillaban tanto en el manto negro de esa noche que parecían iluminar nuestros rostros. Una belleza que nos hizo olvidar por unos instantes el intenso frío del invierno galés.
2016
El primer día del año nos despertamos temprano y preparamos un desayuno de huevos y bacon en una de esas cocinas antiguas muy de película. Y tras abrigarnos hasta el infinito, partimos hacia Langollen, para subir la colina con el objetivo de conocer el Castillo Dinas Bran o mejor dicho, lo que queda de él. Y el camino no fue nada fácil: patiné en el barro, resbalé un par de veces y caí de culo otro par. Pero las vistas y las risas merecieron la pena.

El tercer día en esta tierra llamada Gales, decidimos ir a Hay on Wye, la aldea de los libros. Un pueblo lleno de librerías con más de 40 años. Libros, libros y más libros. Por todos lados, incluso en las estanterías al aire libre en los jardines de un castillo refaccionado por jubilados laboriosos. Un pueblo que a una amante de los libros como yo, le hizo tanta ilusión como el viaje en sí.

Por lo que cuentan en Wikipedia, el desarrollo turístico de la aldea de Hay on Wye comenzó en 1961 cuando Richard Booth abrió su primera tienda de libros usados. Al parecer el éxito fue notable así que en los años siguientes surgieron más librerías de libros usados. Así fue como en los años 70 se proclama a Hay on Wye pueblo del libro.


Nuestra ruta por Gales no terminó allí. Continuamos viaje hacia Llanthony, un Priorato Agustiniano parcialmente en ruinas, que se encuentra dentro del mismísimo Parque Nacional de Brecon Beacons y que data del año 1100. Pasear por aquel Priorato me hizo sentir en un libro de Dan Brown.

Seguramente que nos quedaron muchos pueblos galeses por visitar, alguna comida que probar, alguna excursión por hacer, pero la verdad es que fue un viaje muy bonito.

Me quedo con las ovejas que nos cortaron el paso subiendo la colina hacia las ruinas del Castillo Dinas, cómo el viento casi me tira al llegar a la cima, cómo me patiné en el barro y terminé riéndome de mi misma. Me quedo con el pastel de carne caliente de un bar de carretera, con el “cream tea” que en vez de crema tenía scones (de los ricos), con los paisajes verdes húmedos y la niebla que nos cortó el paso de camino a un Priorato del siglo XII. Y con el deseo de regresar a Gales algún día, por supuesto. Es un destino que merece la pena repetir. ¿En verano tal vez?


Que bueno, me encantó!
Y ustedes que no me creían que la colina tenía un castillo en la cima!
Vuelve cuando quieras y la próxima nos vamos a escalar a Gales!
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