Escribía en mi bitácora antes de dormir en casa de Anne, la chica de la ONG que me alojó la primera noche que pisé Kenia: «mi primera impresión de la ciudad de Nairobi es confusa: el aeropuerto es pequeño, me recuerda al de Malta, donde estuve en 2008. Las carreteras están bien, normales. Hay coches buenos y furgonetas viejas. Es un poco como Buenos Aires. Hay edificios grandes de empresas tal como en Nueva Delhi y otras capitales».
Qué curiosas son las primeras impresiones. Ahora que releo lo que escribí esa primera noche no creo que diga nada en absoluto de Nairobi pero la verdad es que poco puedo decir de una ciudad donde estuve sólo unas horas y muy pocas las pasé caminando. Lo que sé es que no me gustó mucho, me pareció muy ruidosa, caótica, «crowded» como le dije a mi familia de acogida en Malindi, sí, congestionada o superpoblada, esa es la sensación que me dio la capital de Kenia.
El lunes 1 me levanté a las 6 AM para ir al centro de la ciudad a tomar mi bus hacia la costa. Lo que no había entendido bien (tal vez porque estaba aturdida al llegar) es que llegaría a eso de las 6 PM a Malindi y que ese día no iría aún al orfanato a comenzar mis tareas allí. El viaje se me hizo eterno y descubrí que lo de las carreteras «están bien» no se extiende a toda Kenia y que las rutas asfaltadas no abundan en este país pero que el polvo cobrizo de los caminos hacen más bello el paisaje.
También pasé por barrios o aldeas en los que había muchas vacas y bueyes, como en los alrededores de Delhi en India. Y al costado de la ruta, vi puestos de venta de comida, de gafas, de medias, de frutas y verduras. Parecen haberse creado hace un rato con un par de maderas y algunas ramas recolectadas de árboles cercanos. La mayoría no tienen techo y algunos simplemente son una tela en el suelo al estilo de los «top manta» de Madrid.
Al pasar por algunos poblados, veo que en las esquinas de las calles de tierra hay grupos de chicos jóvenes con motos enormes. No están haciendo nada. Algunos parecen conversar. Otros ríen. Más tarde me enteraría que son los «motoboy» que te llevan tipo taxi adonde quieras dentro de la ciudad.
A decir verdad, veo hombres quietos, parados, sin hacer nada, por todas partes. Pero las mujeres no paran. Las mujeres son el motor de este país. Se mueven hacia un lado y hacia otro, transportando múltiples cosas, desde trozos de madera o cemento hasta bidones de agua, en sus espaldas o en la cabeza. También veo mujeres arando el campo, cultivando, custodiando su puesto de frutas mientras los niños corretean a su alrededor. Definitivamente, las mujeres dan vida al paisaje que veo.
Escribí esa noche: «Fue curioso ver a las mujeres llevar sus cosas en la cabeza como en los documentales sobre África; y esos vestidos de telas de colores y sus pañuelos en la cabeza.» Eran parte del paisaje de mi ruta hacia la costa.
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