Cuando pensaba en viajar a Marruecos siempre tenía en mente viajar desde España a Tetuán, y seguir hacia Casablanca, Fez y en último lugar Marrakech. Sin embargo, el azar quiso que Marrakech fuera el primer destino de este país y que no llegara a la ciudad por tierra sino por aire.
Desde que los vuelos low cost se hicieron famosos en España, la idea de comprarse un vuelo por 60 u 80 euros y viajar a un destino diferente para disfrutar unos pocos días se ha vuelto recurrente. Así fue como visité Budapest en dos días o París en dos días, y ahora Marrakech en dos días intercalando dos días en el desierto de Zagora.
Perdidos en la medina de noche
Llegar a Marrakech y no saber donde dormir no era una opción. Era un riesgo que no queríamos volver a correr al menos por un tiempo (ya conté lo que fue la odisea de encontrar alojamiento en Cuzco, Perú). Así que reservamos un precioso Riad, una residencia tradicional, en la medina de Marrakech por el precio de 40€ la noche para tres personas con desayuno incluido (agua caliente y todas las comodidades de un buen hostel).
En fin, salimos del aeropuerto y nos ofrecieron “taxi, taxi”, y cuando les dijimos donde íbamos se pusieron a hablar entre ellos con cara de disgusto. Después de un rato en el que parecían estar discutiendo uno buscó la dirección en su móvil con GPS, le mostró a otro que asintió con la cabeza sin mirarlo, y se convirtió en nuestro chofer. Nos trasladó perfectamente y nos dejó en una de las puertas de la Medina. Nos cobró 150 dirhams (precio nocturno). Y nos dejó ahí haciendo señas con la mano de que siguiéramos para adelante.
No teníamos mapa. Queríamos preguntar a la gente del lugar pero no es que hubiera muchas personas a las diez y pico de la noche. Todos los negocios estaban cerrados y la medina se nos presentaba como un laberinto tenebroso. Empezamos a caminar en línea recta pero no sabíamos hasta donde teníamos que continuar. Nos cruzamos con un grupo de adolescentes alterados que estaban haciendo ruido en la puerta de un local comercial que parecía estar cerrado. Y en ese instante alguien me agarró del brazo y pegué un salto del susto.
Era una chica como de mi edad, extranjera, que asustada también por el escándalo de los chicos, me pedía si podía ir con nosotros. Estaba de regreso a la casa de familia donde se alojaba (otro Riad). Sin dudarlo, me puse a su lado como si yo, extranjera como ella, pudiera defenderla de algo. Le pregunté de donde era, qué hacía en la ciudad, hacia donde viajaba, etc. Y entramos en confianza. Aproveché a preguntarle si conocía el Riad en el que teníamos reservada habitación y como no lo conocía se ofreció a darnos un mapa que tenía en su Riad. Así que la seguimos hasta él.
La medina de Marrakech es un laberinto. Confirmado. A medida que doblábamos en una esquina y en otra, más nos parecía estar en un laberinto sin salida. Los chicos me empezaron a decir que era demasiado confiada, que esa chica podía estar compinchada con alguien, etc. Pero la verdad es que solo quería ayudarnos. Nos dio el mapa pero no nos ayudaba mucho. Lo bueno es que en su Riad había señal de Wifi y pudimos ver en Google Maps hacia donde quedaba la calle que buscábamos y memorizar el recorrido.
Llegamos al Riad Amanouz sobre las once de la noche. Era tarde, pero Abrid, nos atendió con la mayor de las simpatías. Es un joven bereber que habla árabe, francés, inglés, alemán, algo de español y de holandés, todo gracias a los turistas que llegan al Riad. Nos sirvió té marroquí como la hospitalidad de esta hermosa tierra indica, y nos convidó pasteles tradicionales de los que me encantan. Nos hizo bromas, nos dio indicaciones varias y nos dio las buenas noches. Se despidió de nosotros porque al día siguiente marchaba al desierto de Merzouga.
Primer día en Marrakech
Nos levantamos con ganas de conocer la famosa plaza Jamaa el Fna, donde todo ocurre en Marrakech. Así que emprendimos camino por el laberinto que es la medina. Un laberinto en el que conviven comerciantes con jóvenes en moto, señores que tiran de carros con señores que van con sus burros, turistas con viajeros, y mucho más.
Nos perdimos. Una y otra vez. Pero eso fue lo mejor que nos pudo pasar porque Marrakech no es solo su plaza principal, es también su gente, los que trabajan el cuero, los que venden artesanías, los que trabajan la madera, los que fabrican zapatos y otros tantos con múltiples oficios. Perdidos en la medina fue como descubrimos la esencia de Marrakech.
Caminando por la medina descubrimos que la mayoría de los hombres visten túnicas grises, blancas o marrones con capuchas. Quien no tiene capucha tiene algo que le tapa la cabeza igual. Muchas mujeres llevan un pañuelo o “hidyab” y muchas otras visten un “niqab”, que les tapa todo menos los ojos. Alguna que otra viste con “chador”, que tapa todo menos el óvalo de la cara, y solo vimos un par con “burqa” que les tapa incluso los ojos con una especie de rejilla de tela. No es que en España no haya visto nunca mujeres musulmanas que utilizan estas vestimentas, he visto muchas, pero aquí no había casi mujeres que no vistieran una de estas prendas. Sin embargo, lo de las capuchas de los hombres fue lo que más me sorprendió porque pocos vi en España que vistan así. Fue curioso verlos conducir una bicicleta o estar sentados en una banqueta de madera en algún comercio, con sus capuchas puestas.
Plaza Jamaa el Fnaa
Una vez que llegamos a la plaza Jamaa el Fna, otro mundo se abrió ante nuestros ojos: mujeres que ofrecen tatuarte con henna, hombres que para venderte agua o zumos te llaman “María”, encantadores de serpientes, adiestradores de monos, vendedores de gafas o sombreros y un sinfín de personajes. El bullicio de la plaza es constante. Hay música por todas partes. Hay unos tocando el bongo, otros un flautín. Todos quieren que te acerques, hasta el dentista que se encuentra en medio de la plaza dispuesto a sacarte la muela si te duele. Eso sí, no se puede tomar una foto a nada sin antes dar dinero. Y aunque algo parezca que va a ser gratis y sin compromiso, luego acabarán pidiéndote dinero por ese supuesto gesto de amabilidad.
Desde la plaza, fuimos a ver la Mezquita Kutubia, la principal de la ciudad de Marrakech. No entramos pero la bordeamos. Luego fuimos a cambiar dinero (el cambio que te hacen allá es mejor que el que te hacen en Madrid). Volvimos a la plaza y elegimos una calle para volver a perdernos entre los colores de esta ciudad tan distinta a lo que estamos acostumbrados a ver. Volvimos a hablar con los comerciantes que nos ofrecen todo tipo de productos (desde cremas y aceites hasta plantas para el mal de estómago). A veces, nos regalan algo. Nos volvemos a perder y soy feliz porque me encanta perderme para encontrar cosas nuevas.
Volvemos a aparecer en la plaza Jamaa el Fna y buscamos donde comer. En el avión escuchamos que un señor recomendaba comer en la terraza del Riad Omar y nos parece recordar que un RRPP nos lo ofreció más temprano así que volvemos a la calle de los restaurantes y locales de ropa, que sale de la misma plaza. Si no me equivoco es la calle Bab Agnaou. Es una peatonal donde hay cines, restaurantes, bares y una vida muy activa. Llegamos al Riad Omar y nos suben a la terraza. Ya las vistas merecen la pena. El ambiente es mágico. La comida, deliciosa. Y si bien el menú es caro, pedimos platos sueltos para no pagar más de 10€ por cabeza y quedamos satisfechos. Estamos listos para seguir camino.
Callejeamos un rato más, dejándonos llevar por la ciudad, por la gente, los aromas, los colores y el sonido del llamado a la oración de las mezquitas. Nos volvimos a perder y empieza a llover. ¿¡Puede ser!? En Marrakech llueve muy pocas veces en el año pero ahí estamos nosotros, empapándonos. Nos volvemos al Riad, poco a poco, callejeando, mojándonos, y llegamos cansados. Pero con ganas de volver a la plaza por la noche.
En la noche volvemos a la plaza para cenar y porque nos dijeron que hay traga fuegos y otros artistas callejeros que salen solo por la noche. La plaza Jamaa el Fna de noche está más repleta de gente que de día. Vemos vendedores ambulantes de velas, lámparas, artesanías varias.
Se hacen las diez de la noche. Es como nuestro toque de queda. La señora del Riad donde nos hospedamos nos recomienda regresar antes de esa hora porque el movimiento de la medina se reduce, y aunque Marrakech es una ciudad segura, puede que no sea tan segura como cuando todos los locales están abiertos. Volvemos callejeando por el laberinto. Ahora el camino a casa nos parece casi una línea recta y ya nos ubicamos perfectamente. Tenemos que descansar. Al día siguiente nos vamos al desierto.
Segundo día en Marrakech: volviendo a callejear
Estuvimos dos días en el desierto de Zagora que cuento en otro artículo. Al volver a Marrakech volvimos al Riad Amanouz donde ya casi nos sentíamos como en nuestra casa. Y al día siguiente, volvimos a pasear por Marrakech, a perdernos entre sus tiendas, a observar a la gente y conversar con los tenderos. Volvimos a regatear, a sonreír, a dejarnos llevar por la costumbre local, volvimos a callejear.
Fuimos a visitar la Madrassa Ben Youseff, la más grande de todo Marruecos. Una visita imperdible. Nos parecía estar en La Alhambra de Granada. Muchas de sus paredes están decoradas con azulejos de colores. Tiene un patio central con una fuente que es idílico, precioso. Por otro lado, se pueden visitar las habitaciones de los estudiantes que vivían ahí para estudiar el Corán, y los baños y espacios comunes también muy bien decorados. Es un hermoso lugar.
Pensábamos ir a los Jardínes que nos recomendaban en Tripadvisor y otros foros pero nos volvió a llover así que nos refugiamos en las tiendas y los comercios, compramos imanes de recuerdo, un lápiz labial mágico y alguna otra cosita. Y volvimos a callejear. Y esa palabra podría resumir nuestra estancia en Marrakech, porque caminar por la ciudad fue lo que más hicimos y disfrutamos. Así que si tuviera que dar un consejo a alguien que está por viajar para Marrakech le diría: callejea, da una vuelta por la medina de forma que te pierdas y descubras la esencia de la ciudad.
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